El mundo parece girar a una velocidad mayor que lo habitual. Los grandes países del planeta han dinamizado tanto a la economía que hay una necesidad creciente de alimentos. Esos mismos a los que la Argentina, por ahora, abastece sólo con materia prima. Y se trata de una oportunidad histórica, en la que es necesario que el país se suba al tren del abastecimiento del consumo para convertir su crecimiento en desarrollo, observa Roberto Bisang, economista especializado en mercados agropecuarios, que expuso en Tucumán sobre la agenda de mediano y largo plazo para la agroindustria, invitado por el Ministerio de Desarrollo Productivo de Tucumán. En una charla con LA GACETA, Bisang dijo que la Argentina está condenada a darle valor en origen a sus exportaciones y a brindarle mayor complejidad a su estructura productiva.

-En el mundo hay una fuerte preocupación por el aumento de los precios de los alimentos. ¿A qué responde este fenómeno?

-Esta es una tendencia que podemos vislumbrarla desde 2002-2003 y que tiene que ver con los cambios en los fundamentals de los productos alimenticios. Hubo una recomposición de jugadores mundiales. Con Europa en crisis, el eje de la economía se volcó más hacia los países conocidos como el grupo de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Así surgió una accesibilidad de alimentos bajos hacia los masivos. A esto hay que agregarle que hay nuevos ricos (1,5 millón por año) y el creciente fenómeno de la urbanización, con el mayor acceso de la mujer al mercado laboral. Así, en el consumo hogareño, los alimentos elaborados o semielaborados pasaron a ser esenciales. Han desplazado la curva de demanda de alimentos en el mundo.

-Y, ¿cómo incide la crisis petrolera en este sentido?

-Desde la década de 1970 se habla de una crisis en la matriz petrolera. Pero reciben entre los 80 y los 90 encontró en los biocombustibles una salida. Y ahora compiten con los alimentos por las materias primas. Así, por ejemplo, Estados Unidos extrae un tercio del maíz destinado a consumo alimentario para pasarlo a petróleo. Por ende, el precio del maíz tiende a subir. Y ese proceso arrastra a la soja que está presionada por el biodiésel. Hace 20 años no existían esta demanda. Se alinearon para hacer subir la presión sobre el poroto de soja o el grano de maíz.

-Y la demanda no tiene techo...

-Exacto, pero también hay que tener en cuenta un tema que aún no está en la pantalla: algunos productos vegetales están siendo incorporados como biomasa para precursores químicos de la industria plástica. Antes uno podía pensar sólo en el crudo, en el petróleo para naftas y para petroquímicas. Ahora tiene maíz u otra planta de la que puede extraer bioenergía o bioplástico. En suma, hay una mayor demanda por alimentos, biocombustible o biomasa sobre los cereales y las oleaginosas. Y una tendencia de largo plazo es que la población será de 9.500 millones de habitantes en 2040, con un bajo stock de tierra disponible para la producción. La velocidad con que se desplaza la demanda es mucho más rápida que la oferta de tierra cultivable, de genética adaptable y de tecnologías complementarias. Así, la tendencia de los precios siempre se irá hacia arriba.

-¿Qué nos espera a los argentinos con este nuevo escenario?

-Gran parte de los que nos puede deparar depende de nosotros mismos. Los precios están en ascenso y hay un modelo productivo importante, con una genética competitiva. Se pone en juego la inteligencia de los argentinos para profundizar este sistema, con la idea de pasar del crecimiento hacia el desarrollo. Esa es la gran novedad y no le podemos echar la culpa a nada. Mínimamente, tenemos el grado de libertad para recuperar el poder de decisión propia.

-¿Por ejemplo?

-Este modelo lleva 20 años y seguimos exportando el 70% al 80% de bienes primarios con baja elaboración. Hemos descendido en las colocaciones externas de mayor complejidad. No estamos profundizando. Los números fríos dicen que la Argentina sigue primarizando la agroindustria. Y esto es comprobable, ya que el 60% del conjunto exportador es agroindustria, otro 20% automotriz (una gran armaduría con régimen particular) y el resto metales sin demasiada elaboración. Muy poco de productos elaborados.

-¿Por qué no vamos hacia un modelo de mayor complejidad?

-Uno puede esperar que la responsabilidad primaria de todo gobierno es profundizar la complejidad de su estructura productiva. Eso no existe. En general, no se percibe un sistema de promoción a las exportaciones o de retenciones que favorezca la colocación de valor agregado en el exterior. Por caso, tiene trabas en carnes y leches, pero no en granos. La Argentina no es un exportador de alimentos, sino de materia prima alimentaria. Vende pellet de soja, pero no exporta carne con cabezas que deberían haber sido alimentadas con aquellos pellet. Exporta carne, pero no bifes precocidos para poner en el microondas. A la Argentina le cuesta sumar complejidad a la parte primaria.

-¿Qué le sugeriría a los industriales tucumanos?

-Si bien cada producto tiene su especificidad, hay algunas pautas. Lo primero es no casarse con una planta, un insumo y un producto. Eso es riesgoso en el mundo de hoy. Lo segundo: mire las condiciones; los números fríos no son tan malos. Lo tercero, y en función de aquellos números de la economía, vea el riesgo. Cuarto: haga lo que haga, no se puede predecir el futuro. Apueste una ficha a la tecnología; siempre le irá mejor de lo que hace. Llueve en todos lados, pero si tiene un paraguas, le irá mejor. Y si no llueve, tal vez puede llegar a pensar que gastó sólo en un paraguas y que hasta lo puede usar en un día de sol. La información, las tecnologías y la innovación son herramientas de negocios. Y debe apostar en ellas. No espere que el Estado le haga las cosas; do it (hágalo). Muchas cosas se pueden hacer si los empresarios se consorcian con sus propias reglas de juego. El sector productivo está en condiciones de exportar con soluciones extraestatales.